Incluso el hombre más sabio sólo sostiene una vela en pleno sol.

viernes, 16 de marzo de 2012

Los Escritos 25



Cuando fui a visitar la casa noté un extraño hedor que me pareció que venía del piso de arriba. M. me había invitado a pasar la tarde con el pretexto de celebrar la publicación de su nuevo libro. Hacía unos años que no la veía y por teléfono su voz me había sonado algo apagada. Me pareció estupendo poder visitar a una vieja amiga. Al llegar me encontré la puerta abierta. De la cocina venía un agradable olor como de asado. Entré llamando en voz alta, pero todo estaba en silencio. Sentí pudor de mirar los cuartos como si fuera un fisgón, así que me senté en el sofá del salón a esperar que M. apareciera sin más. Poco a poco aquel olor empezó a llegar. Traté de ignorarlo al principio, pero se iba haciendo más y más intenso. Pronto, el olor del asado desapareció por completo. Ignoraba si el olor venía de arriba, pero en general mis sentidos me decían que así era. Cuando no pude soportarlo más decidí subir las escaleras. Sentí temor de ver algo que no debiera, pero por otro lado ¿y si le había pasado algo a M.? En el pasillo del piso de arriba el olor era prácticamente insoportable. Me llevé la mano izquierda a la nariz y con la otra empujé la puerta del baño para correrla. M. estaba sentada en el suelo sobre un charco de sangre. Me miró con una extraña sonrisa en la cara que no supe interpretar porque estaba aterrorizado. Levantó sus brazos hacia mí y como por instinto me apresuré a recogerla.
-Estás bien, no pasa nada. Ya te ayudo. Estás bien.
-En la bañer...
-¿Qué?
-En la bañera, en la bañera, en la bañera, en la...
Miré hacia la bañera y sin darme cuenta solté a M. de golpe. Volvió a caer sobre el charco de sangre haciendo un ruido sordo mientras me repetía una y otra vez:
-Por favor, por favor...
Me agaché con los ojos empapados en lágrimas y recogí al bebé que había dentro.

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