Incluso el hombre más sabio sólo sostiene una vela en pleno sol.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Los Escritos 54





En la Zomba había un puerto adonde acudían los lugareños en busca de cajas de ron. Los marineros saltaban de los barcos en cuanto atracaban y se adentraban por las callejuelas guiados por el olor de palisandro que despedían las cofias de los burdeles. Las mujeres salían a las puertas de las casas pintadas con colores chillones para anunciar a bombo y platillo el número de camas libres que podían ofrecer. Los niños se escabullían de los hogares hasta altas horas para bajar al caladero o simplemente para vagar por las calles mientras sus padres se acostaban con las vecinas y sus madres hacían lo propio con algún desconocido marinero de Sarrá, de Samoana, de Fidygeh o de cualquier otro lugar con algún nombre exótico. No era difícil encontrar peleas de gallos ilegales, partidas de billar amañadas o incluso timbas de cartas en las que lo único que estaba prohibido era no apostar. Y tampoco costaba demasiado comprar Opio o acudir a Barrth, la casa donde se preparaba la flor de Loto. En general, allí se respiraba un aire que invitaba a sonreír a la vida. Aunque, evidentemente, la muerte acechaba detrás de cada esquina.

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