—Padre,
madre, debo partir hacia Xlianlur.
—Para
ir a Xlianlur hay que cruzar el desierto hijo, ¿para qué quieres ir allí?
—Ayer
soñé con mi hermana Dalua. Me decía que debía ir a Xlianlur. Que allí
encontraría un tesoro.
—Hijo,
sabes que Dalua no habla desde hace años...
—Lo
sé padre, por eso debo ir a Xlianlur.
—Entonces
ve con nuestra bendición.
...
—¿Dónde
estoy?
—En
Samyar. Te desmayaste en el desierto. Si no te hubiera encontrado habrías
muerto.
—Te
lo agradezco...
—Nyobb,
me llamo Nyobb.
—
Perdí la noción del tiempo y del espacio bajo el sol y deambulé sin rumbo hasta
que se me acabó el agua.
—El
desierto es peligroso. ¿Adónde te dirigías?
—A
Xlianlur.
—No
queda mucho. ¿Qué asunto te lleva allí?
—Mi
hermana.
—Entiendo,
vas a visitarla.
—No
vive allí. Es una historia... bueno, complicada.
—Ya
veo, no quería importunar.
—No,
verás... Mi hermana siempre ha sido la mujer más bella del poblado. Pero el
destino a veces es cruel y en un accidente quedó desfigurada. Desde entonces no
habla. Antes de cruzar el desierto soñé que me decía que fuera a Xlianlur. Me
dijo que a las afueras encontraría un templo en ruinas, de color rojizo, con
una cúpula en forma de aguja, algo particularmente hermoso. Y que en ese templo
encontraría un tesoro.
—Qué
casualidad.
—¿Casualidad?
—Estamos
en ese templo que acabas de describir.
—Pero...
tú...
—¡Ja,
ja! No, no, muchacho. Deja de mirarme así. No creo que yo sea ese tesoro que
buscas. Aunque te puedo ayudar a encontrarlo.
—¿Sabes
dónde está?
—Eso
creo.
—¿Y
por qué ibas a dejar que me lo llevara?
—Porque
sólo tiene valor... para tu hermana.
—No
entiendo.
—Lo
que buscas se encuentra en la historia de Narciso.
—Conozco
la historia de Narciso. El joven que admiraba tanto su propia belleza que se
ahogó en el río al que iba a mirarse todas las mañanas. En el lugar donde se
ahogó creció una flor que ahora lleva su nombre.
—Sí,
pero la historia no acaba ahí. Después de morir Narciso, las Oréades,
intrigadas por su ausencia en el bosque, decidieron bajar al río a preguntar y
al verlo llorar desconsoladamente se preocuparon. Cuando el río les dijo que
Narciso se había ahogado ellas también rompieron a llorar. Al cabo de un rato
trataron de consolarlo diciéndole que no estuviera triste, al menos él había podido
admirar su belleza todos los días:
"Pero...
¿Narciso era bello?" les preguntó el río.
"¿Quién
si no tú podía saberlo?" contestaron las Oréades. El río, algo más calmado
repuso finalmente:
"Lloro por Narciso, pero no sabía que fuera bello. Lloro
por Narciso porque cuando se paraba a mirarse en mi superficie, en sus ojos yo
podía ver reflejada mi propia belleza".
—Es
una historia hermosa... y cruel.
—La
belleza es egoísta. Por eso tu hermana no habla. Si eres capaz de hacerle
comprender esto se olvidará de su aspecto y empezará a prestar atención al
mundo que la rodea. He ahí tu tesoro.
Superándote día a día... Muy buen escrito el de esta semana
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