Cuando
era más joven a menudo pensaba en la vida. Mi infancia era el recuerdo de una
casa con despensa, cenadores rústicos, patios infinitos y llaves en los roperos.
La existencia tenía extraños límites y lo que es más extraño: una cierta
tendencia retráctil. Las historias siempre se contaban en pasado y siempre tenía
la sensación de que algo sordo perduraba a lo lejos, más allá donde el mundo
continuaba con senderos de tierra y campos de fuego. La vida me rodea, como en
aquellos años ya perdidos, con el mismo esplendor de un mundo eterno. Y en
cambio ya sólo me queda esta costumbre de calor en mi pecho cuando escribo algo
que se parece a aquello.
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