Incluso el hombre más sabio sólo sostiene una vela en pleno sol.
viernes, 20 de enero de 2012
Los Escritos 17
Yo estaba entonces extraño. Afortunadamente adivinaba un hermoso color como de corindón desmigajado sobre el relieve de lo que se suponía era mi vida. Ahora no encuentro en ella nada delicado ni misterioso. He perdido toda fuerza de la que antes hubiera podido hacer acopio. Los brazos, cansados, aletean sobre mis costados decididos a encontrar algo a lo que asirse. Mis famélicas piernas se descarnan y se pudren. Tengo los ojos cosidos y mi garganta sólo emite graznidos que hasta a mí me resultan incomprensibles. Pronto me habré marchado engullido por este monstruo que habita los días y me acecha. Ahora no estoy en posición de combatirlo. Parece una figura incompleta ante la que me veo obligado a retroceder agónico. Cargo con la culpa y el arrepentimiento tratando de acercarme a la luz: a una profusa difusión de la conciencia donde pueda liberarme de este peso, para avanzar si acaso un poco más deprisa y llegar allí donde mis entrañas me dicen que debería estar.
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