Incluso el hombre más sabio sólo sostiene una vela en pleno sol.

viernes, 4 de mayo de 2012

Los Escritos 32



    R. posó el puro que sostenía en su mano derecha sobre el cenicero de la mesilla. Lo había estado chupando mientras daba su discurso al espejo. Creía que así su imagen se vería más afectada y por lo tanto, sus palabras también. Lo había ensayado un par de veces en su cabeza antes de postrarse desnudo frente al espejo para aparentar la calma que necesitaba en ese momento. Sus manos todavía le temblaban un poco. Se sentó al borde de la cama y se fijó en el tocador que quedaba frente a él. Era un tocador sencillo, práctico a su modo y de muy mal gusto. El espejo que había sobre el mueble, el mismo frente al que había ensayado su discurso, era todavía peor.
    Se puso de pie y sujetó su pene con una mano mientras se llevaba la otra hasta el pecho. Hizo el signo de la cruz de derecha a izquierda confundido por el reflejo del espejo y comenzó a masturbarse.
   Cuando M. entró en el cuarto, su miembro ya estaba totalmente erecto.
    —¡Vaya talla gastas!— dijo ella dejando un fajo de billetes de 50 sobre el tocador.
    Se tumbó en la cama abriéndose el camisón e invitó a R. a acompañarla.
    —Un momento.— dijo R. mientras metía los billetes en su cartera y la guardaba en un bolsillo de su chaqueta.
    —Has estado fumando,— dijo M. enérgicamente. —Te dije que no me gustaba el humo del tabaco.—
    —Lo siento.— respondió R.
    —¡No, no! Esto tendrás que recompensarlo. Ven aquí.
    R. se tumbó en la cama junto a ella. Rodeó su cintura con una mano y empezó a frotar su sexo con la otra.
    Y mientras M. lo abrazaba rezó por su alma a Dios entre sollozos.

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