Incluso el hombre más sabio sólo sostiene una vela en pleno sol.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Los Escritos 56

 



En una sociedad tan profundamente afectada por el catolicismo como la española, se da por hecho, al menos superficialmente y siempre desde el punto de vista de la unidad familiar, que el sexo es ortodoxo, monógamo y producto colateral del amor. La cultura y la ciencia, no obstante, ponen en evidencia que la religiosidad es un timo y su moralidad mera hipocresía. Y al debilitarse los principios religiosos, empiezan a surgir todo tipo de liberaciones, grandes y pequeñas, que se expanden como una onda de choque. En la adolescencia, cambiar el comportamiento sexual se convierte en una forma de protesta contra la tiranía ejercida por la unidad familiar. La masturbación es un acto de liberación no sólo para el cuerpo, sino para el espíritu que lucha contra la norma establecida. Construir y reafirmar el carácter y la personalidad nos lleva ineludiblemente a experimentar con nuestro sexo y a fantasear. Es en este último aspecto donde las aficiones sexuales resultan indescriptibles incluso para nosotros mismos: exageradas, exuberantes, sensuales y liberadoras. ¿No sería grato poder confesar una fantasía en voz alta, aun cuando ésta nos produzca el mayor de los rubores? Sin embargo, los guardianes de la moral pública que deciden qué es lo que debe sacarles los colores a los jóvenes, siguen empeñados en vivir bajo el yugo de una moral obsoleta caracterizada por su cinismo y por admitir una tierra cada vez más fría y un cielo cada vez más vacío.

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