Intento
hacerle el amor a una mujer mientras mis piernas se arrebujan entre las sábanas
y juegan con su ropa interior. Sus muslos están llenos. Su pecho es generoso. Y
la piel de su espalda es gruesa y firme. Aquí todo resulta cálido y con un
cierto sabor a salitre. Como gigantes carentes de secretos, avanzamos desnudos
hacia lo alto, con el peligro de ser golpeados por el rayo. Las rápidas
imágenes del futuro se derriten como las alas de Ícaro al contacto con el sol. Y
al fin despierto cuando el carmín desaparece entre besos y caigo en la cuenta
de que los labios rojos no son tan rojos y la alegría, con la mano siempre en
su boca, me dice adiós.
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