Incluso el hombre más sabio sólo sostiene una vela en pleno sol.

viernes, 12 de octubre de 2012

Los Escritos 50



  

Sólo era cuestión de tiempo que D. notara el sufrimiento que imprimía en su tono al hablar. Usaba una expresión rara: "la unción de la cópula". Pero ya nadie le reía aquella gracia desgastada. Las mujeres habían empezado a evitarlo como a un apestado y eso lo empujó a convertirse en una especie de Licurgo intransigente y amoral. Cuando comía lo hacía como un cerdo y cuando hablaba parecía tan estúpido que conmovía los sentimientos de su auditorio hacia la compasión. Nadie se atrevía a decirle nada. Había desatendido tanto su vida que ya no se lavaba. Gritaba y hacía uso de la violencia por cualquier razón. Y a su mujer la tenía tan abandonada que yo temía constantemente encontrarla cualquier día en mitad de la calle como a una perra en celo. Y sabíamos perfectamente lo que había que hacer. Es sólo que al final no lo hicimos. En nuestras mentes había anidado la tibieza de la comodidad. El esfuerzo suponía sufrimiento y el sufrimiento nos resultaba tedioso y vano. Era el polvo el que lentamente se posaba sobre nuestra resolución; la de despertar su conciencia sobre su propia desgracia. Poco a poco todo iba quedando cubierto y ennegrecido. Quizás la nieve pudiera limpiarlo. O quizás la luz. El problema era que no podíamos obligar a nadie a salir y ver el sol.
 

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